José Antonio García: “Lluvia de piedras” (Warner Music)

Texto: Kepa Arbizu.

A pesar de que el nombre de José Antonio García podría estar haciendo referencia a cualquiera de las múltiples posibilidades que ofrece, en nuestro ámbito musical está casi indefectiblemente ligado al apelativo de “Pitos”, voz y carismático frontman de la legendaria banda, hace poco revivida momentáneamente, 091. Es precisamente ahora cuando se ha decidido a bautizar así este nuevo capítulo en su carrera en solitario, una que si bien no cuenta con la constancia y consolidación que ostenta la de otro compañero como José Ignacio Lapido, no está exenta de variados proyectos. Sin Perdón o Guerrero García son algunos de ellos, al igual que lo es su colaboración con la banda granadina El Hombre Garabato, especialmente relevante teniendo en cuenta que dicha formación ejerce de -mucho más que- acompañamiento para dar vida a este inaugural trabajo, “Lluvia de piedras”.

Precedido en el tiempo por un EP (“Cuatro tiros por cabeza”) editado hace casi un lustro y que hoy puede ser entendido como un ensayo general de cara al desenlace actual, este álbum no evita debido a su estrenada nomenclatura estar marcado por un significado iniciático o cuanto menos cargado de un fuerte cariz personal. Una condición que sin embargo alcanzará, paradójicamente, o no tanto conociendo la trayectoria del cantante, a través de un empeño colectivo mucho más patente de lo que se podría inferir en un primer momento. No obstante la mayoría de las composiciones, ya sea en letra o en su parte musical, descansan sobre los hombros de Nicolás Hernández y Óscar Gallardo, integrantes del citado combo. Y es precisamente la perfecta ecuación a la que han llegado intérprete y banda, en la que ambas partes aportan y reciben en reciprocidad, la generadora del impulso necesario a base de rabia melódica para construir un aldabonazo sonoro -en el que no hay que obviar la labor en la (co)producción de Pablo Sánchez- capaz de adherirse a nuestro cerebro con vocación de persistencia desde su primera escucha.

Abrir fuego, nunca mejor dicho dado el carácter incendiario que muestra todo el conjunto, con un tema como “Lo llaman suerte” es resolver la papeleta de manera tajante y brillante. Sustentado por bases rítmicas vibrantes y de primitivo rockabilly -una cadencia trotona y clásica que también dirige “Tiempo perdido”-, se materializa en un rock dinámico, coloreado por la presencia de teclados y armónica, no exento de ese carácter nostálgico y épico que en tantas ocasiones hemos visto nacer de la voz del cantante. Connotaciones que alcanzarán su representación más romántica e intimista en la lenta, y claramente alineada con la herencia de 091, “Cuando yo no esté”, que si bien es la única pieza que apuesta radicalmente por el reposo, “El viento sopla a mi favor” también comparte sensaciones pese a circunscribirse en un contexto más agreste.

Ahora sí el resto del trabajo será todo un ejercicio cromático de energía, una auténtica batería de disparos certeros. La faceta que propiciará en toda su extensión esa contundencia es el reverdecimiento de su pasado más punk, fechado en su participación con los también brillantes TNT y visible en la recreación del coas vital imperante que transmite “Todo puede ser peor”, en “Se puede ver el final”, teñido de oscuro garage poseedor pese a ello de un inspirado y pegadizo estribillo, o en la todavía más iconoclasta “Ángel de mis demonios”, igualmente inyectada de sensibilidad como de rock and roll, ingrediente este último exclusivo de la diabólicamente bailable “Fuego”. Pero si de reivindicar el poder de las tachuelas y las crestas se trata, nada mejor que homenajear a unos “malditos” como Conservantes Adulterados por medio de su tema “Situación límite”, expedido con envoltorio de un incendiario power pop que también catapultará a “Di que sí”.

José Antonio García consigue aglutinar en “Lluvia de piedras” todos las virtudes que ha mostrado a lo largo de su carrera para, y con el excepcional contexto musical que le aporta El Hombre Garabato, ejercer de impulsivo maestro de ceremonias de unas canciones infectadas de rabia pero sin descuidar su siempre característico deje melódico. A estas alturas nadie que supiera de su existencia debería de quedar sorprendido de sus capacidades, pero sí por haber confeccionado un trabajo sin fisura alguna, cargado de un vigor capaz de arrebatar, incitar al movimiento, a la reflexión e incluso al suspiro.

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