Texto: Mikel Fernández (SurimiWorld).
Poca atención les había prestado yo a estos Whitechapel hasta hoy. Englobados dentro del deathcore, mi general reticencia hacia dicho género había hecho que hasta ahora no les prestase atención alguna. Para mí iban en el mismo sace de DevilDriver y Lamb of God, gente a la que no consigo tragar más de tres o cuatro canciones seguidas.
No sé qué mosca les ha picado en este The Valley, su séptimo álbum desde su formación en 2006, pero he de decir que la impresión general ha sido más que positiva. Producido por Mark Lewis, el disco atruena desde el primer momento. La fusión de riffs pesados, partes propias del death metal y del metalcore junto con otras más melódicas, incluso la aparición de voces limpias y partes atmosféricas le hace un gran favor a la música.
El sonido es pesado, muy pesado, el propio del metalcore, acompañando a unas letras que versan sobre los problemas familiares del vocalista Phil Bozeman durante su niñez, sobre todo por los problemas de salud mental de varios familiares cercanos. La contundencia y sequedad del sonido de batería es la base perfecta para las pesadísimas guitarras.
El disco empieza con When a Demon Defiles a Witch, rápido y brutal, alternando partes más melódicas en los pegadizos estribillos e incluyendo alguna parte limpia atmosférica; destaca también Hickory Creek, con un suave comienzo, sin distorsión y voz limpia, voz que se mantiene como principal durante todo el tema, en lo que podría llamarse una “balada metalcore”; el pegadizo riff del estribillo de We Are One, por otro lado igualmente intenso, y con un fuerte aire a Meshuggah; y The Other Side, rápido, con un riff poco intenso que va cogiendo caña.
No es que mi opinión general sobre el metalcore vaya a cambiar gracias a este disco, pero al menos he de reconocer que al liberarse de tanta pesadez y meter esos riffs y estribillos más pegadizos, el resultado final es bastante pasable.