Texto: ORPHEO.
Donald Fagen —pianista, compositor y componente de Steely Dan (grupo al que diera voz, piano y letra)—, pasa revista y rinde debido tributo a las figuras y corrientes culturales que dieron forma a su sensibilidad artística en el nuevo lanzamiento de la editorial Libros del Kultrum, «Hípsters Eminentes».
«Fagen disecciona para tal fin a los eminentes hípsters cuyas vivencias iluminaron sus sueños de juventud; componiendo el relato —y retrato— del artista adolescente cuya mente se abre privilegiadamente al mundo en los prodigiosos años sesenta —época en la que traba amistad en Bard College con Walter Becker, su añorado e irremplazable compañero de armas—; y consignando las desventuras y epifanías de su gira por las entrañas de la América profunda», destacan desde el sello.
Fagen parece haber dividido esta colección de ensayos autobiográficos en dos caras: «una con reminiscencias de una adolescencia no especialmente perturbada, llena de recuerdos y pasiones lejanas con ecos radiofónicos; evocaciones siempre sorprendentes y recordadas con suma elegancia y devoción. Sentidas semblanzas, en suma, de Ray Charles, DJ Mort Fega, el locutor Jean Shepherd, Ike Turner, las Boswell Sisters, Henry Mancini; los escritores a quienes rendía culto; y su no menos sentido tributo a los músicos a los que vio actuar en los clubes de jazz de Nueva York —Miles Davis, John Coltrane, Sonny Rollins, Bill Evans, Monk, Mingus, etc.—. A Fagen no le conmueve en exceso escudriñar en su propio estrellato. Demasiado tímido para caer en esa clase de accesos narcisistas se entrega con sumo placer a la degustación y celebración de lo conseguido por sus idolatrados maestros».
«El abrupto cambio de registro —y de tono— con el que arranca la cara B da paso a una suerte de cuaderno de campo que, a modo de diario, recoge algunos de los momentos más hilarantes de sus más recientes andanzas. Anecdotario que tiene los mimbres de una inmisericorde parodia concebida para exhibir las miserias de la vieja estrella de rock. Con todo, conmueve descubrir las afinidades electivas de un curtido cantor que, a las puertas de los setenta, y próximo al ocaso de sus giras, preserva su docta bilis incorrupta». Qué pintaza tiene, la verdad.