Los 90 fueron una época muy jodida para los grupos de heavy ochentero. A principios de dicha década fueron barridos por el grunge (para desgracia de los vendedores de laca) y cuando éste decayó, en lugar de remontar sus restos fueron rematados por el nu metal (que tampoco gozaría de una vida excesivamente prolongada, por suerte). Así que el grupo que no se separaba o pasaba a hibernar hasta mejor ocasión, sufría un par de bajas críticas o intentaba un cambio de estilo, todos con suerte dispar (Def Leppard pasaron a ser un grupo de rock suave, Judas Priest coquetearon con el thrash…). Los ejemplos son innumerables y dan para una entrada propia.
Iron Maiden no fueron ajenos a este maremágnum. Tras editar el notable Fear of the Dark (donde la fórmula parecía empezar a agotarse), durante la correspondiente gira su carismático cantante, Bruce Dickinson, anunció su marcha para insistir en su carrera en solitario: se cortó la melena, sacó un disco más propio de Pearl Jam, fracasó y rápidamente volvió al redil. Enfrentados a semejante golpe, perseveraron y buscaron un nuevo cantante, siendo el elegido Blaze Bailey, frontman de un grupo de segunda fila (eso siendo generosos, que hasta ese día no tenía ni puñetera idea de su existencia), llamado Wolfsbane.
No sé si como muestra de valentía, de inconsciencia máxima o como ataque mayúsculo de celos, en lugar de un cantante similar buscaron al tipo más distinto: si Dickinson tiene una voz aguda y clara, la de Blaze Bailey es grave y rasposa. Ojo, no era mala voz, pero había un problema: no pegaba con el sonido Maiden ni con cola (ni con hormigón armado, ya puestos). Además, se une el hecho del cambio en una de las posiciones más reconocibles de un grupo de música como es la voz; un instrumentista puede pasar más desapercibido, pero las diferentes texturas de una voz se aprecian desde la primera nota. El amigo Blaze, por tanto, se enfrentaba a una ardua tarea (que se lo cuenten a Ripper Owens).
Para salvar este nimio detalle, Iron Maiden tuvieron el detalle de oscurecer su sonido para acercarlo al rango vocal de su nuevo cantante. Así, el primer disco que sacaron con Blaze, The X Factor (1995) era mucho más oscuro que todo el material anterior. Como toma de contacto con los nuevos Maiden no estaba mal, incluso tenía un buen par de temas para la memoria, The Sign of the Cross (12 minutos para empezar el CD) y Man on the Edge. Así que cuando afrontaron este segundo álbum de la era Blaze Bailey las perspectivas no eran malas: la maquinaria de directo y compositiva estaba engrasada (o debería estarlo) y los fans ya conocía(n)(mos) la nueva dirección musical de la banda. Incluso el heavy metal estaba resurgiendo, al menos en Europa, de mano del power metal alemán (Blind Guardian, Gamma Ray y sus 450 clones). Viendo el panorama en retrospectiva, Iron Maiden tenían ante sí una oportunidad de oro para resurgir a lo grande.
No obstante, algunas señales nos advertían del apocalipsis que estaba a punto de desatarse sobre nosotros: el título, Virtual XI, parecía hacer referencia al lugar que ocupaba en la discografía de la banda, pero ciertas fotografías promocionales posando en plena equipación futbolera junto a algunos destacados jugadores de la época hacía pensar que no iban a hilar tan fino. Peor es lo de Virtual, que no pasa de que en la portada aparezca un chico conectado a un casco de RV con lo que parece un mando de consola. He estado mirando noticias de la época y como el disco coincidía con el mundial de fútbol, pues algún lumbreras de marketing sumó 2 y 2 y le dieron 447…
Pero bueno, todo se perdona si las canciones son buenas, hasta las fotos de cuarentones haciendo el ridículo descaradamente. Y no, este no es el caso. El disco es, como decirlo, más alegre, lo que teniendo en cuenta lo comentado sobre el timbre de voz de Blaze, pues chirría un poco. Encima alguien debió decirle a Steve Harris que hacer temas de más de 7 minutos era “volverse progresivo” y nos encontramos con The Angel and the Gambler (ojo al videoclip) y The Clansman, sobrepasando ambas los 9 minutos a base de repetir estructuras sin sentido. Eso sí, cómo será la cosa que la citada The Clansman es lo mejor del disco de calle. El intento de crear con Futureal un tema inicial rápido a la Be Quick or Be Dead fracasa miserablemente, siendo además el mejor ejemplo de que la música va a un tono y la voz 200 ó 300 por debajo.
Como demostración de que la memoria es benigna, recordaba el estribillo de Lightning Strikes Twice como algo pegadizo y molón. Será que el alzheimer amenaza, será que no haber escuchado el disco en más de 10 años ha edulcorado el recuerdo, recién escuchado el tema el mismo me parece infumable (lo menos cancerígeno del tema es el estribillo, pero a años luz de mi recuerdo). When Two Worlds Collide sigue la misma tónica, tema sosete que mejora un poco en el estribillo.
De los tres últimos temas poco que hablar: The Educated Fool pasa sin pena ni gloria, Don’t Look to the Eyes of a Stranger cae de nuevo en el “virus progresivo” siendo alargada más allá de lo necesario (unos 8 minutos, más o menos), y nos queda Como Estais Amigos, la contribución definitiva de Iron Maiden a la paz entre Inglaterra y Argentina por el tema de las Malvinas ().
En esta gira llevaron de teloneros a unos Helloween en forma (presentando el estupendo Better than Raw) y Dirty Deeds, que eran una fotocopia australiana de AC/DC (ohhhhh, que sorpresa, ¿verdad?) y que Steve Harris sacó en su propio sello, aprovechando la gira para promocionarles como años después haría con el grupo de su hija (metiéndola en toda gira o festival que pisaran cual impuesto revolucionario). Eran los tiempos de conciertos a 2.500 pelas (15 euros para los millenials), y creo que ni aún así llenaron el Velódromo de Anoeta. Las ventas de discos se resintieron (Korn ese misma año sacaron el Follow the Leader con el que lo petaron) y pese a las habituales loas de la prensa, ellos mismos se dieron cuenta de que el disco no valía ni para tacos de escopeta.
Mientras tanto, redimiéndose del fallido Skunkworks, Bruce Dickinson sacó dos buenos discos de heavy metal, Chemical Wedding y Accident of Birth en 1998 y 1999, que recabaron los elogios (esta vez merecidos) de la prensa y el público, demostrando que estaba en plena forma tanto a nivel vocal como compositivo.
Todo esto sólo podía acabar de una manera: después de 5 años y dos discos, Iron Maiden dieron la patada a Blaze Bailey y trajeron de vuelta a Bruce Dickinson, con el que facturaron un buen álbum (Brave New World, 2000) que, sin embargo, continuaba pecando de “progresivo”. De ahí iniciaron un ascenso al megaestrellato metálico del que ya no parece que vayan a bajar, continuaron sacando discos (de los que estoy totalmente desconectado) y girando, con entradas a precios salvajes (¡¡¡¡75 euros por verles en Madrid este año!!!!).
En cambio, el bueno de Blaze inició una carrera en solitario que tuvo una buena época durante los primeros años del nuevo siglo, pero en esta década se ha ido hundiendo hasta tocar fondo de tal manera que las últimas noticias son que está tocando ante audiencias de 40-50 personas.
Por el camino queda este Virtual XI como último testimonio de la presencia de Blaze en Iron Maiden. Alguna vez han tocado sus canciones con Bruce, pero es un material que la propia banda tiende a eludir. Desde luego, con el bagaje de Iron Maiden, tienen muchos mejores sitios donde buscar.