Continuamos en la mejor peor sección de la web con el, hasta esta fecha, último disco de Megadeth, grupo liderado por uno de los músicos más carismáticos del mundillo del heavy metal, el señor Dave Mustaine. Decimocuarto disco de la banda, y último con la formación que incluía al batería Shawn Drover y al guitarrista Chris Broderick.
Hay que recordar que al señor Mustaine siempre le ha perseguido la sombra de Metallica, grupo con el que se dio a conocer pero con el que nunca llegó a figurar en un disco de estudio. Tras décadas de tira y aflojas entre dos personalidades arrolladoras como la suya y la de Lars Ulrich, parece que ha sido en los últimos años cuando por fin han enterrado el hacha de guerra.
Pues bien, a diferencia de otras bandas, creo que la paz interior no le sienta bien a Dave Mustaine. Es posible que a su mujer y sus hijos les parezca una bendición a la hora de la cena, pero a los fans de Megadeth, donde servidor se incluye alegremente, como que nos ha de preocupar.
Y es que entre los 80 y los 90, cuando era un yonqui borrachuzo, Dave Mustaine parió semejantes obras maestras como Peace Sells…, Rust In Peace y Countdown to Extinction. Parece mentira que un colgado de la heroína y el alcohol pudiera componer estas joyas, pero así fue, para nuestro deleite.
Pero con los años la fiera interior que alimentaba al señor Mustaine se ha ido apaciguando, supongo que viendo que por fin gozaba del reconocimiento del público y que ya no tenía que competir contra Metallica, que al fin y al cabo ha sido lo que le ha mantenido en vilo a este hombre desde que le dieran la patada allá por 1983.
Así que, con estos antecedentes, se publicó este disco en junio de 2013, sólo dos años después del anterior Th1rt3en, y manteniendo la formación que grabó el mismo. Son 10 canciones más una versión de Thin Lizzy, y dos temas extra en la edición limitada (que nada aportan, pero bueno).
Técnicamente, el disco está muy bien. Suena contundente y nítido, potente sin llegar a formar un muro de sonido como puedan hacer Machine Head o similares. Por decirlo de alguna manera, es ponerlo y reconocer inmediatamente que estamos ante un disco de Megadeth. Como no podía ser menos, la ejecución de los temas es impecable, cosa que viendo el elenco que forma la banda no podía ser menos. Quizá la batería es el punto más flojo, pero porque no se complica la vida en ningún momento, jugando siempre sobre seguro. Nada que ver con los buenos años de Nick Menza…
En cuanto a la voz, se nota que Mustaine está jodido y que no llega a los tonos altos, pero con 54 tacos y no habiéndose cuidado nada durante gran parte de su vida, estaba claro que esto iba a pasar, Han bajado la afinación de las canciones para acompañarle, pero sigue faltando ese punto macarra que tenía. Y es que Mustaine, que jamás se ha considerado un cantante, tiene una voz muy personal y eso hace que cualquier cambio se note aún más, siendo muy difícil que eso deje a nadie satisfecho. No obstante, gracias a la “magia” del estudio, la voz suena bastante bien, por lo que tampoco chirría demasiado durante la escucha.
Y entonces, ¿por qué esto es una pifia? Pues porque quitando el primer tema, Kingmaker, y quizá el tema-título (casualidades de la vida, los dos primeros del disco), esto es aburrido como ver secarse una pared. Disco muy plano, sin estribillos o melodías memorables, da la sensación de que se puso el piloto automático y no le dieron una vuelta o dos a los temas. Los solos suenan vertiginosos y lo que quieras, pero parecen todos iguales entre sí. Es que ni siquiera la versión que hacen de Thin Lizzy suena bien, sino que se contagia de la apatía general.
En fin, una pena de disco, técnicamente perfecto pero fallido en lo más importante: las canciones. Un par de escuchas y suficiente para no querer volver a saber de él.
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