Jamás en mi vida de filoperiodista he tenido tanta presión que cuando me dieron: «Mañana te toca entrevista con el Boni». Será que con 14 años recién cumplidos escuché «Noche de rock&roll», y desde entonces sigo empecinado en ciertos ritmos, que aunque sean sencillos, te transportan a lo que realmente es la esencia del rock. Mala leche, acción directa, y esa forma, tantas veces absurda y otras veces tan necesaria, de decir ‘hasta aquí hemos llegado, y ahora es esto lo tenemos que decir’.
Esa entrevista, que empezó mal, no nos pusimos de acuerdo si era presencial o telefónica. Pero llegaste como alma que persigue el diablo, en taxi y preocupado porque no llegabas a tiempo. Disculpándote de mil formas y haciéndome ver que mis nervios iban a ser cosas de 2 minutos.
Hablamos de los miedos escénicos, de lo jodido que es llevar el peso durante todo el bolo, de lo que acojona salir sólo tres a un escenario. De lo humano y de lo divino.
Y me demostraste que entre tú y yo, no había mucha diferencia. Solo una, incontestable y cabezona, tienes el duende para mover a 100000 personas, con solo dar un acorde.
Y desde entonces no hago entrevistas, ¿para que?, me quedé con lo mejor del rock&roll, me quedé prendado de alguien que con su sola presencia en el escenario, haría temblar a las más pintadas estrellas del rock.
Si las lentejuelas brillan demasiado… Ellas sabrán por qué lo hacen, a ti no te hacen falta.
Guárdame un sitio entre Malcolm Young y Mikel Astrain, que lo petamos…