Texto: Mikel Fernández (Surimiworld).
Undécimo disco de una de las formaciones más originales, cambiantes e impredecibles del metal extremo, los japoneses Sigh. Lo que empezó en 1989 como una banda de black metal que fue firmada por el mismísimo Euronymous para su sello (con el que lanzaron su primer álbum tras el asesinato de aquél) ha acabado siendo un compendio de metal extremo, progresivo y sinfónico claramente personal e inclasificable.
Grabado y producido por la propia banda, Sigh han dejado de lado el sonido más sinfónico de su anterior obra (Graveworm, de 2013) y han optado por un sonido más directo, que no crudo. El equilibrio entre instrumentos es genial.
En este Heir to Despair encontramos de nuevo a los Sigh más inclasificables. Y es que su concepto musical les coloca como dignos herederos del término avantgarde que en su día se empleara para definir a unos Celtic Frost que estaban forzando las fronteras del metal extremo. Sigh no limitan la mezcla de géneros a un “ahora el minuto blacker, ahora el momento progresivo”, sino que funden guitarras crudas sobre ritmos progresivos. Y como colofón, la presencia de melodías propias de la música tradicional japonesa, a base de instrumentos tradicionales, perfectamente fusionadas con la base metálica. No hay un sólo elemento discordante o que suene fuera de lugar.
Ya desde el primer momento, con Aletheia, podemos ir viendo en qué va a consistir el disco de Sigh, aunando partes melódicas que llevan el peso del tema junto con riffs más pesados. En la misma línea irían Hands of the String Puller, igualmente enrevesado, suena rápido y frenético, en contrapunto con la melodía que ponen los instrumentos tradicionales y Heir to Despair, cierre del álbum que aúna ingredientes de todos los temas anteriores, suponiendo el broche de oro.
También hay espacio para temas más clásicamente “metal”, como Homo Homini Lupus o Hunters not Horned, de similar tesitura pero con toques más experimentales, mientras que In Memories Delusional mantiene un toque propio del heavy clásico mezclado con otras partes puramente blackers.
El cambio rompedor llega con la trilogía Heresy, radicalmente opuesta a todo lo que encontramos en el resto del disco. Dividida en tres partes (Oblivium, Acosmism y Sub Species Aeternitatis) que suponen otros tantos temas, estamos ante tres canciones totalmente electrónicas, con algún ramalazo de guitarras, voces repletas de efectos y un aire oscuro.
Sigh han vuelto a sorprender. En su camino dentro de la experimentación, han conseguido dar otro paso más sin convertir su música en un amasijo sonoro sin sentido. Con discos como éste es normal que estén a la cabeza del metal más vanguardista.