Texto: Mikel Fernández (Surimiworld)
Casi nueve meses esperando este momento, desde que conseguimos las entradas: había llegado el día mas esperado del año, el día del concierto de Iron Maiden en el estadio Wanda Metropolitano de Madrid. Según ellos mismos, el concierto más grande de la gira y, con seguridad, el más grande que han dado en España en toda su carrera.
Conseguimos entrar justo para el inicio de Sabaton ya que hubo bastantes problemas con los accesos. Cerraron el acceso por un lado del estadio porque estaba colapsado y nos estuvieron mareando de puerta a puerta, en un secarral a casi 40 grados, para mandarnos a otro acceso aún más colapsado. Un caós organizativo en toda regla.
Una vez dentro, en cambio, todo muy bien preparado. Muchas barras y una zona de aseos bien amplia, aunque en los de las chicas la limpieza desde primera hora brillaba por su ausencia.
Con cinco minutos de retraso sobre el horario previsto, y con muchísima gente fuera por los problemas citados, saltaron los suecos Sabaton al escenario. Lastrados por el sonido, que no terminó de ser bueno, salieron meneando la cabeza y dando vueltas por todo el escenario. Su power metal melódico no termina de convencerme (me parece una mezcla entre Helloween y Camela), pero los estribillos coreables y una actitud de colegueo con el público hizo que fueran muy bien recibidos. Eso sí, gracias a ese colegueo se tiraron 10 minutos de charla con uno de los guitarristas en vez de aprovechar para tocar otro tema, pero les dio absolutamente igual.
Tras un breve cambio de escenario, saltaron los vasco-franceses Gojira al ataque. Otro grupo que tampoco termina de convencerme. Su propuesta de death metal técnico rollo Meshuggah tiene partes geniales y otras… no tanto. Mucho menos comunicativos que Sabaton, fueron a bloque desde el primer compás. Apenas dos breves charlas para poder exprimir el mayor número de temas en sus 50 minutos, en un concierto intenso que gozó de un mejor sonido.
Otra breve pausa para preparar el escenario y, con absoluta puntualidad, se apagaron las luces y comenzó a sonar el discurso de Winston Churchill que da entrada a Aces High. Un enorme spitfire sobrevolaba el escenario mientras el público, que ya había llenado el estadio, coreaba el estribillo como si le fuera la vida en ello.
Se trata de una gira centrada exclusivamente en clásicos (Legacy of the Beast), y como tal fueron cayendo temas de toda su carrera, con alguna sorpresa como Sign of the Cross (que Dickinson defendió perfectamente), The Wicker Man, las clásicas Two Minutes to Midnight, The Trooper (con visita de Eddie y lucha de espada con Dickinson incluida), Fear of the Dark…
A nivel de puesta en escena ha sido impresionante. Cambios de telón en cada canción, al igual que Bruce Dickinson cambiando de ropa y atrezo en cada una. Además del spitfire que salió en Aces High, en The Flight of Icarus fue un ángel el que presidió el escenario mientras Dickinson iba cargado con una mochila con gasolina desde la que iba lanzando llamaradas.
Musicalmente han estado a muy buen nivel. Bruce Dickinson y Steve Harris se mantienen casi como el primer día, mientras que Dave Murray y Adrian Smith mantuvieron alto el pabellón. Janick Gers no paró de hacer el payaso con la guitarra (sigo pensando que no la tiene enchufada, al menos todo el tiempo), pero también tuvo su momento de protagonismo. En cambio, el que no estuvo fino fue Nicko McBrain. Lento, incluso dio la sensación de perderse un par de veces. En cambio en otros temas se venía arriba y clavaba la canción.
Finalmente, tras casi dos horas de concierto, llegó la traca final con Run to the Hills, última canción del primer bis. En ese momento todo el público esperábamos que volvieran a salir, pero el Always Look on the Bright Side of Life significaba que el concierto había llegado a su fin.
Un show impresionante, que realmente supo a poco. Iron Maiden demostraron estar en muy buena forma, justificando por qué son una de las grandes bandas de la historia del metal.